domingo, 12 de septiembre de 2010

La fragilidad del hombre

Son momentos duros en la familia Vera Fuenzalida, en 4 días una pancreatitis fulminante se llevó a un gran amigo, Rodrigo, para siempre. Deja su esposa y a un hijo de 3 años que todavía pregunta por su papá.

Me siento reflejado con su hijo, yo perdí a mi padre de la noche a la mañana por un ataque cardíaco fulminante, un día de lluvia y de temporal intenso. Mi padre tenía una mal formación congénita, en donde el corazón empieza a crecer tan milimétricamente que logra desestabilizar el maravilloso equilibrio del cuerpo humano con consecuencias fatales para él y desastrozas para los demás que no lo esperan. Este antecedente me obligó a ir al cardiólogo para ver si mi corazón estaba bien y en condiciones de resistir mi cirugía. Gracias a Dios, con mis 118kgs en ese entonces, me dieron la buena noticia que no tengo los antecedentes cardíacos de los vera y que el test de esfuerzo lo había completado "con honores".

Rodrigo era una persona como pocas, de pocos pero intensos amigos, acostumbrado a ser muy buen anfitrión, amante de la cocina, de su esposa y su hijo. Nos cobijó en su departamento como pudo y nos mostraron los sabores de Puerto Montt donde vivía con su familia. Amaba Santiago, me decía que era un transplantado desde la capital a una región con un ritmo más sano, pero que amaba la intensidad y la variedad que entrega la capital. Cada vez que podían viajaban para compartir con nosotros, con su hermano (amigo y primo mío, Carlos), hermana sanguínea Carolina y con nosotros. Visitas cortas y frescas desde Puerto Montt. Se habían cambiado hace poco a un departamento más amplio para recibir visitar más comodamente, como antídoto a una soledad que sientían ellos y que el twitter, facebook y skype hacían más llevadera.

Acá hago un stop. Me cuestan que salgan las lágrimas, hace mucho, pero mucho que no lloro, creo que la última vez que lloré intensamente fue cuando asumí la muerte de mi padre a los 8 - 9 años, no exagero. Después de eso encuentro que hay muy pocos motivos para llorar.
Creo en la muerte como un paso, un tránsito hacia otra situación mejor. Creo también, que hay que rezarle a Dios tanto como el descanzo eterno del difunto como, principalmente, fortaleza para que las personas que lo rodean lloren y luego entierren y abandonen sus penas. Las penas arraigadas terminan en un cáncer, dicen los esotéricos, a los estoy de acuerdo. Tal como la ansiedad puede terminar en obesidad, la pena hace lo suyo.
Mi madre es un ejemplo de eso, lloró a mi papá y mucho, en silencio y en secreto, sin que yo me diera cuenta, planteó las preguntas sin respuestas. ¿porqué?, ¿que hago ahora?... etc. Y con una valentía única de una mujer que ha enfrentado cuestionamientos y bofetadas de la vida, tomó el toro por las astas, golpeó la mesa y dijo "el show debe continuar". Asi me saco adelante y que ahora ya emprendo solo y nos entendemos muy bien juntos.
Ahora recordamos todo con mi mamá, tiramos raya para la suma y llegamos a la misma conclusión, Que nadie de la familia, ni vera y marambio, tiene idea de lo que nos tocó vivir dentro de las puertas de la casa, nadie; pueden haber opinones, comentarios, presunciones de todo tipo pero nadie sabe todo lo que pasó y toda la fuerza que tuvimos en ese minuto.

Buen viaje roro.

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